(publicado en El Cronista el 29 de abril de 2017)
Compartimos más vídeos y fotos que texto” dijo Mark Zuckerberg la semana pasada en San Francisco al inaugurar su propio evento, el F8. Tiene razón: hoy los adolescentes se comunican a través de videos, fotos, memes, emojis, garabatos, filtros y audios. Por eso tanto Instagram, WhatsApp (ambas apps son propiedad de facebook) y Snapchat se encuentran en una frenética batalla para adueñarse de los instantes de millones de personas, sobre todo de los más jóvenes.
La clave es compartir desde el celular quién sos, qué estás haciendo, dónde estás ahora. Hoy manda el momento en tiempo real. Eso que alguna vez mucha gente -me incluyo- creyó que sería Twitter cuando apareció hace una década.
Los adolescentes no cambiaron. Cambiaron los medios. Si en los 80 nos pasábamos horas hablando por teléfono con nuestros amigos, ahora ellos se comunican a través de alguna app. En definitiva es el mismo objetivo: encontrar la manera de pasar tiempo afuera de casa mientras están atrapados entre los adultos de la familia. Eso entendió bien Evan Spiegel, el fundador de Snapchat. Cuando lanzó la app, a fines de 2011, los adultos creyeron que se trataba de una herramienta más para el intercambio de imágenes porno (porque después de unos segundos los archivos se borran del celular del destinatario). Se equivocaron. Spiegel entendió que los adolescentes buscaban una nueva forma de expresión. “En Snapchat podés ser vos mismo sin tener unas vacaciones de lujo o estar de buen aspecto todo el tiempo. Ser real. No todo es el mundo cool e ideal que proponen los usuarios en instagram. La gente está pasando de la selfie en pose a un mundo más auténtico y de autoconciencia”, dijo hace poco en un reportaje en la revista Time.
Así nació entre los chicos Finstagram, un concepto que viene de ?Fake Instagram? (?Instagram falso?) y que consiste en tener una segunda cuenta en esa red social donde suben fotos ?reales?, feas y ridículas sin poses ni filtros especiales. Estas cuentas son cerradas y secretas, bajo un seudónimo y solo conocida por unos pocos amigos íntimos, bien lejos de la mirada adulta. Hasta la modelo Kate Moss confesó tener una ?finsta?, dedicada solo a su círculo exclusivo y de confianza.
Hace años que Facebook intenta hacerse fuerte en este nicho del tiempo real compartido. Para eso lanzó Poke en 2012 y Slingshot en 2014. Fracasó en ambas. Pero el dinero no es problema. El año pasado facturó 27 mil millones de dólares gracias a la publicidad. Es decir, puede fracasar cuantas veces quiera.
Zuckerberg le quiso comprar Snapchat a Spiegel. Fue rechazado. ¿Ah sí? Entonces gastó u$u 1000 millones en 2012 para quedarse con Instagram, que en ese entonces tenía menos de dos años y veinte empleados. Pese a las críticas por la alta cifra, el tiempo parece que le dio la razón. Instagram ya acumula más de 700 millones de usuarios (100 en los últimos tres meses) y en los últimos dos años duplicó su crecimiento. El éxito lo encontró, al fin, en agosto del año pasado cuando la app lanzó Stories. Lo acusaron de plagio, pero en la industria tecnológica nadie puede tirar la primera piedra. La nueva función Stories (ya lo usan un tercio de los usuarios) puede ser la razón del lento crecimiento que tuvo Snapchat en el último trimestre del 2016 y durante lo que va de este año.
Está claro que cada vez más los adolescentes y jóvenes (18-34) prefieren Instagram y Snapchat a Facebook, que va quedando viejo. Ellos no quieren compartir un espacio plagado de fotos de sus padres, tíos y abuelos. A pesar de los esfuerzos de su fundador por ir hacia los videos 360 y el VR (por ahora sin mucho éxito), el uso de la red social cae en los EE.UU. (el 85% de su tráfico actual llega de otros países). Entre los más jóvenes, ya le gana Pinterest y Linkedin en porcentaje de uso.
Las empresas de tecnología se preparan para el futuro porque algo saben muy bien: los chicos crecen.
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