Category Archives: Psicóloga

8 July 2010

Mi vecina la psicóloga III

¿De qué otra cosa podría haber hablado hoy durante mi sesión semanal de terapia que de “la renuncia”? La palabra escaló posiciones en noticieros, diarios, sitios y blogs y Twitter después de las cuatro pepas con chukrut que nos clavaron los alemanes el sábado. Ahora todos en los medios se preguntan: “Maradona debe renunciar?”
Así que yo no iba a contradecir a la agenda popular y fui directo al diván con esa palabra en la mano y en la boca.
La renuncia.

Sin entrar en detalles muy personales, debo aclararles que no soy amigo de la renuncia. Más bien, la detesto. Y ella a mí, seguramente. Nunca nos llevamos bien, pero hasta ahora nuestra relación había sido más bien cordial y peligrosamente silenciosa. “Vos no querés renunciar a nada”, me espetó mi vecina la psicóloga. “Cómo qué no? renuncio a no pagarte más”, le respondí con una leve sonrisa para darle una señal de que se trataba de un chiste. Pésimo. Ni se inmutó. No tengo que hacer chistes durante la sesión!

Renunciar es elegir. Es seleccionar. Por eso la renuncia es liberadora y ayuda a decantar entre lo importante y lo descartable. También nos sirve para priorizar, organizarnos y que todo sea más fluído y llevadero. No se puede todo. Ok. Todo muy lindo hasta ahí y lo entiendo casi sin traducción. Pero… cómo hacer? cómo renunciar? cuándo? ¿cómo ceder a eso que a simple vista se nos presenta tan tentador y placentero? Y la pregunta del millón: por qué?? “Para eso estamos acá, Zanoni”, me dijo la vecina la psicóloga mientras, por suerte, su pichicho no daba muestras de existencia.

Ahora tengo que renunciar y no sé bien a qué, ni cómo ni cuándo. Pero debo elegir, eso es seguro. Y elegir, siempre, implica dejar. O sos de Boca, o sos de River. O se va Maradona, o sigue como DT. En ambos casos, se gana y se pierde. Qué difícil todo…
Me levanté y salí con más dudas que certezas, lo cual se supone que las sesiones están surgiendo efecto. Uno paga, entonces, para comprar dudas. “A la duda! 3 pesos la dudaaaa!” gritaría un psicólogo ambulante en un semáforo. No es mala. “Buen día señora, quiere medio kilo de dudas?” “Sí don Isaac, pero deme las de abajo que están más maduras y no como el otro día que me llevé unas dudas que me hicieron mal al estómago”.
Y así las dudas se pesarían y la balanza nos arrojaría el precio exacto del problema que nos llevamos a casa. No es mala.

Feliz día de la independencia. Hasta la próxima sesión.

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22 March 2010

Mi vecina la psicóloga II

Hoy le pagué a mi psicóloga. No diré la cifra porque no hay que hablar de plata, decía mi abuela. Me reconozco elegante y educado, por sobre todas las cosas. Suaves como las hojas muertas de los árboles en el otoño que acaba de nacer, los billetes de cien se desprendían de mis manos en silencio. Eran también billetes muertos? ¿A dónde irán a parar? Tal vez ya estén en manos de alguna cajera de supermercado chino o en la veterinaria. Mi psicóloga tiene un perro que, oh casualidad, siempre se pone a ladrar cuando faltan cinco minutos para terminar mi sesión. Me hace acordar a cuando era chico. La viejita dulce y buena, dueña del departamento donde vivíamos con mi familia, llamaba todos los primeros de mes para ver cómo andábamos y si necesitábamos algo.
Mi psicóloga, una única vez, algo avergonzada por los insistentes ladridos agudos que venían de otro cuarto, se excusó: “es así, sino lo saco cada una hora se vuelve loco”. No agregué nada más como para no perder segundos de mi sesión hablando de su canino. Pero María debe ser algo culposa, pensé.
Si fuera presidente, una de mis primeras medidas sería prohibir los perros en departamentos. La luna de miel que goza todo mandatario al asumir hay que aprovecharla para tomar medidas antipáticas. Chau pichicho!

Como les decía, hoy le pagué marzo, ya que hasta mediados de abril no nos volveremos a ver. La despedida fue como todas, salvo un “buen viaje” de rigor. En ese momento pensé: ¿y si se cae el avión? ¿y si me secuestra un comando palestino en Francia? “Lalo, uno no sabe lo que puede pasar hasta que lo intenta”, me había dicho ella minutos antes y por otro tema, en pleno climax de la sesión.
Hoy llegué algo dormido por culpa de tres mosquitos insistentes, pero la sesión fue levantando. Siempre van de menor a mayor: el climax se logra entre las 8:35 y las 8: 45 y vuelve a bajar apenas justo antes de terminar. Durante los minutos de climax mi voz ya no tiene rastros de carraspeo. Incluso puedo llegar a levantar el tono si es necesario y hasta gesticular con énfasis. Pero siempre se produce lo mejor casi sobre el final. A veces, envalentonado, le sigo hablando mientras nos paramos y caminamos a la puerta. Incluso he llegado a hablarle mientras la puerta del ascensor se iba cerrando, mientras ella me miraba con un dejo de lástima. Allí adentro no me importa ser patético. Para nada. Me asumo sin culpas como un paciente bilardista: durante esa hora busco sin descanso el resultado por sobre el juego bonito.
Es que el objetivo de las sesiones es lograr irte con algún pensamiento, idea o reflexión nueva. Ahí es cuando la sesión “se garpa sola”, como dicen ahora los pibes.
Pero mi abuela decía que no hay que hablar de plata.

Hasta la próxima sesión.

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15 March 2010

Mi vecina la psicóloga

Desde hace varios meses que mis lunes arrancan muy temprano. A las 8 en punto estoy sentado frente a mi psicóloga con cara de dormido, la voz muy ronca y con muy pocas ganas de hablar. Pero ya estoy acostumbrado y después de tantos años de terapia (con otro psicólogo), ocurre algo parecido: cuantas menos fichas uno le pone a esa sesión, mejor resulta y te vas con más certezas (y más preguntas, lo cual siempre es positivo).

Hay un detalle importante: mi psicóloga atiende en mi edificio. No tengo que trasladarme por la calle para llegar puntual. Con salir de mi casa 7:59, llego perfecto. Tengo que bajar hasta el lobby del edificio e ir hasta el otro ascensor (el del ala “A) y de ahí subir unos pisos. Siempre que bajo el portero Luis (“encargado”, según él), un paraguayo entusiasta con la selección de fútbol de su país, ya está limpiando o baldeando la vereda. Todavía recuerdo su cara la primera vez que me vió bajar dormido de un ascensor a las ocho de la mañana y meterme en el otro para, a la hora, volver a bajar al hall de entrada. “A quién se estará comiendo a esta hora” fue su pregunta en robusto silencio guaraní.

Vivir en el mismo edificio que mi psicóloga tiene un sólo beneficio. Y es el más obvio: la cercanía y la comodidad que implica no trasladarme para llegar a horario. Una contra es preguntarme siempre si iría a terapia religiosamente todos los lunes si ella atendiera en otro lugar, supongamos, a diez cuadras. Seguro que a las ocho de la mañana no iría ni con riesgo de internación en el borda.
Otro detalle importante: mi psicóloga, vamos a llamarla prudentemente María, no sólo atiende en mi edificio. También vive allí. Por eso me la crucé fuera del horario de terapia varias veces. Casi siempre cuando saca a pasear a su perrito y sólo nos cruzamos un respetuoso y educado “hola, que tal”. Una vez le dije “nos vemos el lunes”, pero no volví a repetirlo porque me pareció muy confianzudo y se acercaba peligrosamente a una especie de cita.
María es una señora elegante y no me acuerdo cuál es su apellido.
Una tardecita me la crucé abajo cuando yo llegaba, mientras en el hall del edificio otros vecinos discutían acaloradamente. Reunión de consorcio. María estaba sentada en el piso de marmol marrón claro, en uno de los dos escaloncitos que hay en el hall. No digo que su imagen se me cayó… pero la vi de otra manera. Ella no discutía. ¿Analizaría en silencio el comportamiento de mis vecinos? Por las dudas, yo apuré el paso y apenas la saludé con la cabeza sin decir nada. No quería interrumpir su terapia.
También, sin buscarlo, aquel día me hice con otro dato de su vida: es propietaria. Tiene un perrito y es propietaria.
Una vez soñé que el edificio se incendiaba en el medio de la noche y todos los vecinos salíamos a la calle con lo puesto: cazoncillos, pijamas, camisones. Y entre los vecinos, los curiosos y los bomberos, estaba María, asustada e indefensa. Como estoy yo cada lunes a las ocho.

Vamos a dejar acá. ¿La seguimos el lunes que viene?

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