(nota publicada en la revista Reporte Publicidad de julio 2014)
Permanecer y transcurrir no es perdurar, no es existir
por Leandro Zanoni
Como el derecho a los quince minutos de fama que en su momento prometió Andy Warhol, ahora, en estos tiempos digitales, lo que se reclama es el derecho al olvido. A poder ser borrados del mundo. A no estar. A no figurar en ningun rincón de la Web. O lo que es lo mismo: el derecho a no ser.
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Mario Costeja González, español, 55 años, perito calígrafo judicial. En 1998 su nombre salió en el diario La Vanguardia de Barcelona por culpa de un departamento suyo que iba a ser rematado por una deuda. González se divorció y pagó, pero años después su nombre junto a esa deuda seguía saliendo en los primeros resultados de Google cuando alguien tipeaba su nombre. Diez años después, en 2008, se hartó y fue a reclamar en la justicia.
El 13 de mayo el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, tras varias apelaciones de Google, le dio la razón. Los abogados del buscador repiten, como en todos los tribunales del mundo, que ellos solo indexan resultados alojados en servidores de terceros (un diario online, por ejemplo) y que no puede hacerse cargo ni responsable por lo que publican los demás. Es verdad a medias.
Google no puede pecar de ingenuo. La responsabilidad social que tiene como empresa es enorme. Sus directivos no deben ignorar lo que ellos mismos construyeron. Hoy Google es más que una empresa (que facturó el año pasado 60 mil millones de dólares). Es un símbolo cultural, uno de los más grandes de esta era junto a Apple, Facebook y Amazon. Es la llave y al mismo tiempo la puerta de entrada diaria de cientos de millones de personas en busca de información de todo tipo. Es también un gigantesco constructor de sentido y de cultura.
Si alguien publica mentiras, datos falsos, difamaciones, injurias, etc. en cualquier blog, twitter o plataforma, el contenido quedará ahí, estampado para siempre en los resultados de Google, pegado en las narices de quien busque información sobre esa persona, empresa o marca. Estar en Google es sinónimo de verdad, aunque sea mentira. Cuando la mentira es la verdad, canta Divididos.
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¿Quiénes somos? En principio, si nos apuran, nadie dudaría en asegurar que somos las personas de carne y hueso que solemos ser fuera de Internet, en lo que se llama mundo off line. Pero cuidado. Si lo pensamos con menos prisa la seguridad empieza a tambalear. Nos daremos cuenta que nuestra conducta, cada vez más, está influida por lo que pasa en las redes sociales. Somos nuestros perfiles. Y lo que tuiteamos. Somos nuestros contactos y seguidores. El contenido que subimos y decidimos compartir en Facebook. Somos también lo que decidimos no hacer online. Lo que elegimos. Subimos esa selfie y no otra. Le damos ?Like? a esa frase y no a las otras miles. Ignoramos a una marca pero queremos sacarnos fotos con productos de otra. O decimos donde estamos pero también escondemos donde estuvimos.
Somos avatares y arrobas. Lo que publicamos en Linkedin, nuestras fotos en Instagram.
Nuestro perfil online dice mucho de nosotros y de nuestra conducta. Nos identifica, nos construye como personas-marcas. Mucho más de lo que queremos, creemos o asumimos. La diferencia entre nuestro yo online y off line no es como, a priori, pensamos que es. Y más aún: creo que esa diferencia ya no existe. Somos un todo, reflejados en las pantallas de un celular que solo soltamos cuando dormimos.
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Pero también podemos no ser quienes somos. Sobre todo en twitter. El año pasado la cuenta de Víctor Hugo Morales (@vh590) denunció durante semanas a su falso alter ego (@victorhugo590). Pero suplicó tanto que lo dejaran de seguir que sin querer le dio más difusión. Fue una comedia de enredos: los usuarios se confundían sobre quién era quién y amplificaban (con RT) lo que el el relator trucho decía, que se mofaba del verdadero. Al final Twitter suspendió el falso pero les dejo un dato más para la locura: la cuenta verdadera del uruguayo es manejada por un colaborador suyo.
Pero cuidado que el derecho al olvido de Google puede ser un arma de doble filo. No debemos olvidarnos de ciertas cosas. Y acá recuerdo el caso del intendente de La Plata Pablo Bruera, quien durante las graves inundaciones de abril del 2013 usó su cuenta de twitter para mentir. Fue un tuit con apenas diez palabras que nunca olvidará: ?Desde ayer a la noche recorriendo los centros de evacuados?.
Pero además, el intendente subió una foto donde se lo veía arremangando, ayudando con unos botellones de agua mineral en la mano. Todo era falso. La realidad es que el verdadero Bruera, el intendente de carne y hueso, al momento del tuit estaba de vacaciones en Brasil. Fue descubierto por un periodista de Perfil.com. Después del papelón tuvo que salir a pedir disculpas. Y por las dudas, le echó la culpa a un integrante de su equipo de comunicación. Es decir, a su otro yo.
El tuit y la foto subida por Brera da vueltas sin parar en la Web. Basta con tipear en Google las primeras letras de su apellido para que aparezca su condena online. Ojalá que el buscador no los borre nunca más. Para que nadie se olvide de lo que es capaz de hacer un mentiroso con poder.
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