1) Los doñarosa doble moral y avergonzados de siempre porque “los dichos de Maradona dieron la vuelta al mundo” deberían saber que el mundo ya sabe quién y cómo es Diego. Y, vamos a ser claros, tampoco les interesa ni les interesamos tanto. Englobar a todo un país por una sóla persona es casi tan torpe como pensar que los norteamericanos son Bush, los brasileros Pelé y los uruguayos Lucho Aviles. Además, si tanto les preocupa la imagen nuestra en el exterior, les tengo malas noticias: Menem, corrupción, Yabrán, Antonini Wilson, Amia, Videla y Galtieri, soberbia, arrogancia, Susana y Sandro pidiendo muerte al delincuente y el corralito. Aunque les moleste, es así: somos Maradona. Fue él quien nos ubica en el planisferio desde hace más de 20 años cuando en Rusia, Paris o Cincinatti alguien dice: “Argentina… Maradona!. Pero para la tranquilidad de conciencia de los escandalizados, también somos Borges, Cortázar y Manu Ginóbili.
2) El miércoles tras el triunfo frente a Uruguay, la mayoría del periodismo “deportivo” (ese que habla siempre con el resultado puesto), después de criticarlo sin piedad con y sin razón, con y sin respeto durante las últimas semanas, no supo -ni pudo- reaccionar frente al ataque frontal que les propició Maradona. Porque, con el perdón de las damas presentes, la chuparon durante mucho tiempo. Chupamedias y aduladores, se aprovecharon durante años de la vaca lechera Maradona -que siempre da rating y fama- y le palmearon la espalda en cada frase. Le regalaron LCD y relojes -adelante o atrás de cámaras- y le pagaron fortunas a cambio de una nota “exclusiva”. Se arrodillaron frente al Rey y succionaron sin descanso por negocio, conveniencia y placer cholulo. En una cancha, en la clínica a punto de morir o duros en Cocodrilo. Obsecuentes, durante años cayeron rendidos a sus pies y ahora, frente a la disyuntiva de si hacerse los boludos o ejercer periodismo, quedaron desnudos. No saben qué decir ni qué hacer: si defender corporativamente al intrascendente e ignoto Toti Pasman o quedarse en el molde a resguardo de un futuro castigo del diez. Por suerte, y gracias a sus exabruptos, hoy en el periodismo deportivo se discute sobre sus prácticas, muchas veces cuestionables. No es poca cosa.
Maradona siempre llevó todo hasta los extremos más lejanos: su fútbol, sus goles, sus dichos, su cuerpo, su fama y también a los medios y a los periodistas. Los pone en un lugar incómodo y los desafía constantemente, anulando cualquier manual de estilo, de ética y moral.
Maradona sabe de medios. Los usa y se deja usar. Conoce las reglas del juego, tan desiguales, tan perversas. Él solito eligió siempre meterse y nadar en un océano salvaje de poder y se da el lujo de hacer y decir lo que se le canta. Y eso, en los tiempos que corren, no es algo para descartar tan de cuajo.
Su cuello es inmune a las guillotinas en letras de molde. Se la banca, pero también va a fondo y ataca cuando lo cree necesario. Esta vez fue una de esas. Fue a fondo contra los medios porque, entre otras razones, (y la menos dicha) no quiso dejarle su cabeza servida al grupo Clarín, que desde el diario apostaba a su fracaso (y por elevación al de Grondona al frente a la AFA). Ya se sabe: el poder no conoce medias tintas y las deudas se pagan al contado.
Y, más allá del eco de estas últimas frases, en general, sus actitudes más reprochables se entienden un poco más y tienen sentido cuando son analizados en el futuro, fuera de su contexto inmediato y la esfervesencia mediática. El caso de los balines a los periodistas (1994) es un ejemplo en ese sentido. Pero está lejos de ser un improvisado. Su ataque estuvo bien planificado, pero nadie supo -ni quiso- advertirlo. Minutos después del papelón futbolístico tras la derrota en Paraguay, Diego dijo: “Esto es como una calesita y cuando la Argentina se clasifique, todos los panqueques van a querer notas con Maradona y Maradona les va a salir con los tapones de punta”. Y agregó: “No le tengo miedo a nadie. No le tengo miedo a las críticas. Voy a seguir para adelante, critique quien me critique. Desde los 15 años que los vengo peleando (a los periodistas), hoy tengo 48 y voy a seguir igual”.
3) Maradona ya no es aquel Diego y él lo sabe. Todos lo sabemos. Agarró un fierro caliente -que nadie quiso agarrar en algún momento, entre otros los señores bien educados Bielsa y Bianchi- y se jugó lo que tenía, su última ficha: su idolatría. La puso en juego duplicando una apuesta porque siempre va a ir hacia el extremo sin medir consecuencias. Por eso no es Pelé, tan ambassador, tan educado. ¿Cómo le vamos a pedir a él que mida si nunca midió nada? Ahora su apuesta casi le sale mal. A punto de no ir al Mundial, su fama, sus goles y sus frases -todo lo que es y fue- estuvo al borde del abismo a punto de caer a la jaula de los leones hambrientos.
Es cierto: el equipo juega horrible y el cuerpo técnico parece un cabaret. El técnico probó de todo y a todos y sin embargo el sistema táctico no aparece. Nada grave, solo se juega mal. Es fútbol, ni más ni menos. Pero para los medios eso es el acabose y la tercera guerra mundial y prepraran, apuntan y fuego! Entonces dramatizan todo porque así venden más y si se pierde es un drama y si se gana es la gloria absoluta.
Maradona queda preso de ese estilo tan menemista de ver al fútbol, tan TyC, tan noventa. Se gana o se pierde. Pero como el DT no comulga con ese modo de ver al fútbol, se enoja y arremete diciendo “que la sigan chupando”.
El equipo juega mal, es cierto. Por eso -pero no solamente por eso, que quede bien claro- lo castigaron los medios a Diego sin piedad ni decoro, tal vez como nunca antes. Y el Rey se enojó con los periodistas; necesitaba descargarse con alguien y no tuvo mejor blanco. Se las agarró con el más debil. Porque en definitiva, los medios, siempre dispuestos, siempre tan gauchitos, sabrán perdonar y mirar para otro lado, como tantas otras veces. Él sabrá como lograrlo. Porque al final de cuentas, como ocurre en el oficio más antiguo del mundo, muchos periodistas la succionan por dinero y conveniencia. Y que sigan, pues.
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