¿De qué otra cosa podría haber hablado hoy durante mi sesión semanal de terapia que de “la renuncia”? La palabra escaló posiciones en noticieros, diarios, sitios y blogs y Twitter después de las cuatro pepas con chukrut que nos clavaron los alemanes el sábado. Ahora todos en los medios se preguntan: “Maradona debe renunciar?”
Así que yo no iba a contradecir a la agenda popular y fui directo al diván con esa palabra en la mano y en la boca.
La renuncia.
Sin entrar en detalles muy personales, debo aclararles que no soy amigo de la renuncia. Más bien, la detesto. Y ella a mí, seguramente. Nunca nos llevamos bien, pero hasta ahora nuestra relación había sido más bien cordial y peligrosamente silenciosa. “Vos no querés renunciar a nada”, me espetó mi vecina la psicóloga. “Cómo qué no? renuncio a no pagarte más”, le respondí con una leve sonrisa para darle una señal de que se trataba de un chiste. Pésimo. Ni se inmutó. No tengo que hacer chistes durante la sesión!
Renunciar es elegir. Es seleccionar. Por eso la renuncia es liberadora y ayuda a decantar entre lo importante y lo descartable. También nos sirve para priorizar, organizarnos y que todo sea más fluído y llevadero. No se puede todo. Ok. Todo muy lindo hasta ahí y lo entiendo casi sin traducción. Pero… cómo hacer? cómo renunciar? cuándo? ¿cómo ceder a eso que a simple vista se nos presenta tan tentador y placentero? Y la pregunta del millón: por qué?? “Para eso estamos acá, Zanoni”, me dijo la vecina la psicóloga mientras, por suerte, su pichicho no daba muestras de existencia.
Ahora tengo que renunciar y no sé bien a qué, ni cómo ni cuándo. Pero debo elegir, eso es seguro. Y elegir, siempre, implica dejar. O sos de Boca, o sos de River. O se va Maradona, o sigue como DT. En ambos casos, se gana y se pierde. Qué difícil todo…
Me levanté y salí con más dudas que certezas, lo cual se supone que las sesiones están surgiendo efecto. Uno paga, entonces, para comprar dudas. “A la duda! 3 pesos la dudaaaa!” gritaría un psicólogo ambulante en un semáforo. No es mala. “Buen día señora, quiere medio kilo de dudas?” “Sí don Isaac, pero deme las de abajo que están más maduras y no como el otro día que me llevé unas dudas que me hicieron mal al estómago”.
Y así las dudas se pesarían y la balanza nos arrojaría el precio exacto del problema que nos llevamos a casa. No es mala.
Feliz día de la independencia. Hasta la próxima sesión.
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