Cuando en 1998 Jorge Fontevecchia, el dueño de la editorial Perfil (Noticias, Caras, Hombre, Semanario, Luz, Weekend, etc.) decidió de la noche a la mañana cerrar el diario Perfil, una de las razones que dio fue que los lectores no estaban preparados para semejante diario. O sea, que la culpa era de los lectores, que no supieron ni quisieron estar a la altura de semejante medio. En resumen, que los lectores no sabían leer.
Ahora, con el diario Perfil versión reload en la calle otra vez desde hace un año, Fontevecchia le pide plata a esos mismos lectores para paliar las finanzas de un diario injustamente discriminado por la pauta oficial del gobierno de Kirchner. Se la pide a través de donaciones a un invento bautizado “Fideicomiso Contra la Discriminación con la Publicidad Oficial” (ver), que ya recaudó $37 mil que se usan para donarles espacios a instituciones de bien público, que pautan sus avisos sin pagarlos.
Debe ser uno de los pocos casos en el mundo en que una empresa privada (con utilidades, ganancias, etc.) le pide dinero en efectivo a sus consumidores aludiendo problemas económicos (que por otra parte, no tienen. Noticias vende más de 40 mil ejemplares por semana y es la revista más vendida en su rubro). Imaginemos si mañana Coca-Cola sale a pedir dinero para que siga existiendo el producto y las ganancias por esas ventas se las llevan los dueños de Coca-Cola. La inaudita idea, salvo en varios blogs (Del 1/2, etc.), no fue ni criticada ni comentada por ningún otro medio importante ni periodista de peso. Tal vez el corporativismo sea una de las pocas instituciones que todavía se respetan en el país.
Sorpresivamente, el último domingo el diario pasó a valer un peso más de lo habitual. De $3,70 pasó a $4,70. Un aumento del casi 30 por ciento. Las razones, explicadas por Fontevecchia en un artículo, fueron, entre otras, las mismas del fidelcomiso: que, a pesar de que vende el doble de ejemplares que cuando salió hace un año, al diario no le cierran los números por culpa de que el gobierno no le pone pauta oficial y, además, presiona para que otras empresas no pauten en el diario. Razones todas lo suficientemente graves para condenar al gobierno, por si hace falta aclarar.
Pero además, en su artículo, Fontevecchia toma un compromiso con el lector. Dice que el precio volverá a bajar cuando el diario reciba pauta oficial. Y también, que todo el dinero recaudado por ese peso extra pasará a engrosar la cifra del Fideicomiso.
Insólito. Un consumidor, cliente, usuario o como quieran llamarlo se puede sentir estafado (y más en este país) cuando, de la noche a la mañana, tiene que pagar más por lo mismo. Pero cuando la estafa intenta venir disfrazada de un acto altruista y heróico, se convierte en cinismo y en una burla que ofende. Siempre me molestó que me tomen por estúpido, aunque lo sea.
Los empresarios, del color que sean, deberían respetar más a quienes les dan de comer día a día. Algún día deberán aprender.
Pero hay más. Desde hace unos días, en el sitio de Perfil hay un banner (ver foto) que invita al usuario a convertirse en “Columnista por un día”. “Su opinión cuenta. Suma diversidad y pluralismo”, dice el anuncio, que invita a quien quiera hacerlo, a enviar un texto (eso sí, que no supere los 1700 caracteres) para que salga publicado en Perfil.com. A cambio de nada.
De todos los curros de los últimos años, este debe ser uno de los mejores. Perfil.com se asegura así una cantidad de contenido gratuito (bueno, malo, excelente, da igual la calidad) escrito por quienes, ingenuamente, creen que ser columnista por un día de un sitio famoso será la llave para una brillante carrera. Pocos de los que manden sus textos sabrán que sus “columnas” no sólo están reemplazando a las de los periodistas que trabajan de esto y deben cobrar por hacerlo. Además, están siendo usados de la peor manera: mintiéndoles. El debate sobre el llamado “periodismo ciudadano” está pendiente, sin dudas. Y cuanto antes ocurra, mejor será. Pero pedir contenido gratis a cambio de la “fama” que otorga un medio conocido es, por lejos, una estafa y no tiene nada que ver con ese movimiento periodístico que hace furor en el mundo, surgido espontáneamente a partir de las nuevas tecnologías.
El periodismo, sobre esto, volvió a callar. ¿Qué dirían todos los soñadores de un Watergate de cabotaje si una conocida marca de zapatillas le pide a la gente convertirse en diseñador de zapatillas por un día y no sólo no paga por eso sino que, además, fabrica esas zapatillas diseñadas por un amateur y gana millones? ¿Y si esa empresa mañana le pide a la gente ser “costureros por un día”? El escándalo mediático sería incomparable.
Pero de esto que hace Perfil, no se habla.

Vergonzozo. Sobre todo porque -a diferencia de otros medios y periodistas bien corridos a la derecha- esta movida proviene de alguien cuya editorial siempre aseguró estar alineada con la justicia, los derechos humanos y la ética, entre otros destacables valores. Decir una cosa y hacer otra. El doble discurso ideológico, siempre, es más peligroso porque decepciona más, porque deja sin respuestas ni esperanzas de que las cosas pueden mejorar, aún con la certeza de que difícilmente mejoren.
Por todo esto que escribo (y mucho más, como los patéticos sueldos que cobran los periodistas que hacen día a día los productos de Perfil) no compro más Perfil. Como lector y como periodista, tengo la obligación y el deber de escribirlo, porque creo en el slogan de Perfil: Periodismo puro.
Pero fundamentalmente escribo esto porque estoy convencido de que los llamados “nuevos medios” irrumpieron en la escena mediática para que las cosas sean -muy, algo o poco- diferentes. Y tener un blog es, también, poder decir lo que uno quiere.
Guste o no, estas son las nuevas reglas del juego.