En realidad nací el 11 de diciembre de 1976. Curioso, ahora que lo pienso: las dos fechas que marcaron fuerte mi infancia también marcaron a fuego al país. Nací en 1976 y en 1983 volví a nacer junto a la democracia.
Ese año mi viejo formó parte del comité de campaña de la UCR y fue uno de los miles que trabajaron fuerte para que Raúl Alfonsín sea elegido presidente. Tengo muchos recuerdos de aquella época, aún cuando no había cumplido los 7 años. Mi casa se había transformado literalmente en un comité de campaña. Había todo tipo de merchandising de la UCR y Alfonsín. Calcomanías con el famoso óvalo celeste y blanco y el RA, que tiempo después supe que lo había creado el gran publicista David Ratto. Una genialidad esa idea, RA de Raúl Alfonsín pero también de República Argentina. Esa campaña fue fantástica, marcó un antes y un después en la comunicación política.
Empapelé de calcos y afiches el costado de la pared que me tocaba en mi cuarto compartido con dos de mis cinco hermanas. Usaba cordones de zapatillas blancos que decían “Ahora Alfonsín” con letras rojas. Mis hermanas usaban las boinas blancas con el pompón rojo.
Mi casa se llenaba de personas que después veíamos en la televisión. Una noche, la recuerdo bien, vino Alfonsín. Estaba de traje gris, se sentó en el living, rodeado de personas que se habían adueñado de mi sillón que usaba para ver la única tele que había en casa. Mis papá me ordenó como cada vez que había gente grande: “saludá” y a cada uno les di un beso. Me fui. Sabía que en las reuniones de grandes no podía estar. Pero cuando saludé a Alfonsín, me apretó un cachete y me dijo “sos colorado como tu viejo”. De todos los que estaban en casa, era el único que hacía o nos decía algo más cuando nos saludaba.
Mi casa era un comité. El living se llenó de boletas de tres colores: celeste, amarillo y blancas. Con mis hermanas, mi vieja, mis tías y más gente (siempre había mucha gente) debíamos meterlas en sobres blancos. Eramos mano de obra baratísima porque habremos hecho miles en pocos días. Los sobres terminados iban ordenados a las cajas que alguien se llevaba. Entendí después que esos sobres estaban listos para mandarlos a las casas de la gente, quienes los recibían y usaban esas boletas para poner en las urnas. Había que hacer eso por miedo al fraude, a que no haya boletas, a que todo saliera mal. No había posibilidad de error. Las elecciones eran frágiles. La sensación eran “ahora… o nunca más”. Y por suerte ganó Alfonsín.
Antes de eso, fuimos al ya legendario acto del Obelisco, en la 9 de julio. La UCR cerró ahí su campaña y a mi familia y al resto de las familias radicales de la Coordinadora nos mandaron a un hotel a un costado de la 9 de julio. Creo que era el Hotel Presidente, no recuerdo. Una premonición. Desde el balcón veíamos el palco y toda la avenida repleta de gente. Toda esa gente tenía cosas rojas y blancas, calcos, de todo lo que yo había visto en las cajas de mi casa. A la tarde cantó Jairo y todos cantábamos “no tendreeeemos mieeddddooooo, nunca más. Quiero que mi país, seaaa felizzzz”.
Hasta que se hizo de noche y entró Alfonsín. La gente estaba como loca, pero yo no lo veía porque las banderas lo tapaban y supongo, era petiso. A lo lejos Alfonsín hablaba y daba, supe después, un discurso histórico. Pero yo me aburría soberanamente, iba i venía y jugaba con los otros chicos, otros hijos de radicales. Tenía en la mano una bandera roja y blanca de plástico con Alfonsín en el medio haciando su famoso saludo, ese de los puños para el costado. Me acuerdo bien que Alfonsín, el que yo había saludado en mi living, pedía todo el tiempo “un médico ahí por favor” porque la gente de desmayaba por el calor. Yo le insistía a mi vieja ir para abajo, donde estaban mis hermanas mayores y la gente que cantaba y bailaba. Pero era chico y no me dejaron. A mis hermanas las veía desde el balcón y ellas me gozaban.
Pero lo mejor de esa noche fue cuando terminó el acto. Nos fuimos atrás del palco, donde se juntaban los radicales más cercanos a la organización. Estaba Fernando Bravo, lo recuerdo, “el de la tele” y su entonces mujer Silvana Di Lorenzo, que me convidó un poco de su helado de palito. Yo era fanático de Mesa de Noticias.
Mi viejo había sido uno de los organizadores de esa noche y, según contó él, había subido junto a otros más a la punta del obelisco para tirar esa famosa bandera celeste y blanca que decía “Ahora, Argentina”. Entonces, esa noche, él me subió al palco por una escalera de hierro y caños interminable. Me paré donde media hora antes Alfonsín había dado su discurso. Recuerdo los micrófonos en mi cabeza y yo que no veía nada porque mi altura no superaba la tarima. Entonces unas manos me agarraron de atrás y me alzaron y ahí vi la plaza, la gente que todavía estaba, las luces de la ciudad, los carteles de neón, el famoso avión de Austral. Fue algo impresionante, descomunal, enorme. Es una imagen que nunca más voy a olvidar. Para mí estábamos a mil pisos de altura.
Para miles de personas también. Volvía la democracia. El país, las calles, la gente.. todo era una fiesta que parecía no terminar. En las plazas había música y se bailaba. Alfonsín había ganado las elecciones y, por fin, se iban los milicos. Con siete años no entendía mucho más que eso, pero entendía lo suficiente para darme cuenta de que terminaba una época de terror. Eso se festejaba. Hoy, 30 años después, sigue siendo un gran motivo para festejar.
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