Aunque ya pasó una semana, no quería dejar pasar la oportunidad de comentar la penosa columna de opinión del prolífico escritor local Marcelo Birmajer (foto), publicada el domingo pasado en el diario Clarín. Titulada “A mí sí me gusta la SOPA” (?), Birmajer pretende provocar a los usuarios y que su nombre circule por las redes sociales junto a críticas e insultos. Seguro que logró lo que quería.
Pero además de lograr su objetivo y masajearse el ego, Birmajer puso en evidencia que del tema de derechos de autor, piratería y contenidos digitales no sabe nada. Debería sentir un poco de verguenza por quedar como un ridículo en un diario masivo. Da verguenza ajena lo atrasado que está su discurso. Cuando la leí, sentía que estaba leyendo algo de 1999. La columna desnudó gruesos errores conceptuales (además de un perfil reaccionario). Veamos:
Birmajer mezcla todo. Pone en el mismo plano a la música, el cine y los libros, como si fueran productos culturales e industrias que se rigen por los mismos códigos. De entrada se pregunta si “es perjudicial o beneficioso el actual sistema de tráfico de películas y canciones por Internet”. Se responde a sí mismo decretando que es perjudicial “porque los directores y los demás trabajadores del cine, como los músicos y los productores en general, dejan de cobrar por su trabajo”. (???). Para sostener semejante afirmación, Birmajer no aporta una sóla cifra, un sólo dato estadístico, ni un sólo nombre o ejemplo. Nada.
No conforme con la burrada anterior, aprieta el acelerador y escribe que el sistema actual perjudica “tanto a artistas y productores, como a los consumidores”. “Los artistas sienten el efecto negativo de inmediato, en la disminución instantánea de las regalías por derechos de autor”. Y acá va derechito Birmajer al tunel del tiempo y se mete en el año 1999 para sostener que “también los consumidores percibirán, a largo plazo, el deterioro en la música y el cine, ya que los artistas que los ejecutan no podrán dedicar su tiempo completo a sus vocaciones”. ¡Muy Bien! Lo dijo sin ponerse colorado: el cine, las letras, el teatro y la música van a empeorar (ojo, tranquilos que predijo que será “a largo plazo”) porque los pobres artistas van a tener que trabajr de taxistas o panaderos o cualquiera de esos oficios mundanos para poder pagarse el alquiler y no van a tener tiempo para crear sus obras maestras que nos salvarán a todos. Por lo tanto, nosotros, el resto de los mediocres mortales trabajadores, vamos a tener que vivir en un mundo mucho más gris, sin arte, sin acordes emocionantes, sin películas que nos hagan reír o llorar, sin escenarios. Para Birmajer, si todo sigue así, no habrá nunca más entretenimiento.
Pero Birmajer, si algo es, es insistente. ¡Sigue! Se mete con las “producciones independientes”. “En rigor, las producciones más independientes y necesitadas de las mínimas regalías para sobrevivir, ya no para vivir de su lucro, serían las primeras en desaparecer si se entregaran exclusivamente de forma gratuita”. Lo hizo de nuevo!
¿Sabrá Birmajer que hace más de doce años que se bajan contenidos en la Web? ¿Se habrá enterado de Napster, Kazaa, Audiogalaxy, Torrent, etc? ¿No son suficientes doce años como para tener una noción de que el arte, la música, las películas, y cualquier otra manifestación artística no dejaron de existir? ¿Se habrá enterado de iTunes y Steve Jobs? ¿Conocerá el escritor alguno de los miles de ejemplos de producciones independientes de cientos de países diferentes que se vieron beneficiadas por la difusión que alcanzaron gracias al poder de Internet? ¿Sabrá que hoy la mayoría de los músicos ganan dinero por la venta de entradas a sus shows y no por la venta de sus discos?
La columna de Birmajer tiene errores graves como afirmar que “los artistas” viven de su vocación. ¿Quiénes? ¿Cuántos? ¿Todos, muchos o algunos pocos? No da un sólo ejemplo. Pero su generalización no es adrede. Birmajer se hace, pero no es tonto. Disimula. Conoce muy bien que en el rubro editorial, por ejemplo, donde él se desempeña, las editoriales más grandes (que acaparan la mayoría de los libros publicados) con viento a favor les pagan a los autores el 10% del precio de tapa de cada libro vendido. El 10! Y cada seis meses, en liquidaciones que el autor no tiene manera de fiscalizar si son correctas. Es decir, si un libro que sale $80 en Yanny, el autor cobrará 8 pesos por cada ejemplar. El resto del dinero quedará en manos de la editorial, la librería y la distribuidora. Similar contrato firma un músico.
¿Qué derechos defiende Birmajer?
La columna sigue y en cada párrafo empeora. Además es aburridísima. Pero en algo coincido con el autor: “Nada es gratis”, sostiene. Por supuesto, nada lo es. Tampoco lo es escribir burradas tan grandes.
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