Por P.Z.
Hoy vi en Florida unos carteles que gritaban ?¡Basta de robar! Roncagliolo a River?. ¿Roncagliolo? ¿Santiago Roncagliolo, el autor de Abril Rojo? Después de la sorpresa, pensé que tal vez tuviera sentido: Roncagliolo es peruano, la misma banda roja.
Hace poco, en una entrevista por su nueva novela, Juan Martini me contaba que había entendido cómo nombrar a sus personajes gracias a un cuento de Fontanarrosa. Dos relatores discutían sobre el nombre de un arquero. Vuela Belli: Belli, con ese apellido, no puede volar. Qué arquero puede volar: Marrapolli. Vuela Marrapolli. ?¡Se te llena la boca con Marrapolli!?, se entusiasmaba Martini. En la literatura y en la cancha, los nombres pueden no ser inocentes. Pensemos en los primeros partidos de Palermo errándose goles. Ahora, con los doscientos y pico, la hinchada festejando y coreando su nombre, uno se olvida. Pensemos también el caso de Mario Pobersnik, errándose los mismos goles en la delantera de Ferro. De ?los goles de Palermo que ya van a venir? al ?Pobersnik, Pobersnik, te tenés que ir?. La rima cruel. El nombre condiciona.
Alguna vez le preguntaron a Mario Vargas Llosa qué fue lo que más le costó en la campaña política. Vargas Llosa fue candidato a presidente en el Perú, perdió con Alan García (¿se acuerdan del ?hay patria mía, dame un presidente como Alan García??). Aquella vez Vargas Llosa dijo que la relación con las palabras era muy dolorosa. Que un escritor las elige, las confronta, las esculpe; en cambio un político las repite, las machaca, las desgasta. El eslogan denigra la literatura.
Pensaba en esto mientras miraba el cartel en Florida. ¿Sabrá Roncagliolo en lo que se mete?
¿Cómo? ¿Que no es Santiago, que es Horacio? ¿Que no es el escritor? Qué papelón, Lalo. Por favor, no publiques esta columna.
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