A las 7 en punto de la mañana, Daniel Pastor, uno de los encargados de la comunicación de Google para latinoamérica, me pasó a buscar para ir al famoso Googleplex, el campus en Mountain View donde trabajan la mitad de los diecisies mil empleados que tiene la empresa esparcidos por todo el mundo. Daniel tiene apenas 27 años y estudió Ciencias políticas. Fanático de Obama, vivió en Chile durante un año gracias a una beca para investigar la historia del dictador Pinochet. Allí aprendió bastante bien su castellano. “Ojjjalá gane Obama hoy”, se entusiasma.
Llegamos a Google cuando todavía no hay nadie más que la gente de limpieza. El silencio es casi total. La mañana está fría, pero sin nubes y con un sol que promete. El campus está recostado sobre el norte de Palo Alto, rodeado de un par de colinas muy verdes que tal vez fueron construídas también por Google. Al fondo, se ve a lo lejos el sur de San Francisco.
Googleplex puede ser bizarro, un pequeño mundo aparte en colores rojo, amarillo, verde y azul, habitado por gente convencida de que realmente está cambiando el mundo. Que cree en “el universo Google” y no le da verguenza admitirlo. Todos piensan que Page y Brin son dos mesías y que ellos son PARTE.
El clima es de total libertad y cada uno hace lo que se le canta. No tienen horarios ni de entrada ni de salida y se dan una sesión de masajes, lavan la ropa o se cortan el pelo. Mientras unos comen como el último almuerzo de sus vidas, cuatro chiflados juegan a veinte metros un partido de beach-volley con arena de verdad, en cuero, descalzos y con sus mallas como si estuvieran en plena temporada de Hawai. Nadie los mira, ni siquiera una réplica tamaño real de un tiranosaurios rex que tiene puesto un gorrito de Papa Noel. Cerca pasa uno con un perrito modelo Paris Hilton y atrás una china con su bebé en cochecito. Hay latinos, indios, orientales, rusos, alemanes y perros por todos lados. Se mueven en bicicletas o en monopatines con motor que dejan en las puertas de destino para que otros las agarren. En los baños, arriba de los mijitorios, hay problemas matemáticos y adivinanzas para resolver mientras sacudís.
No suman tres las corbatas y sí se ven muchas remeras de Google y sus productos: Blogger, Gmail, Maps, Earth y frases chistosas. La mayoría son ingenieros que para entrar a trabajar acá tuvieron que pasar un durísimo filtro de por lo menos cinco entrevistas en varios idiomas y resolver problemas matemáticos en tiempo récord. Todos tienen acciones de Google Inc. en Wall Street, que al cierre de hoy bajó un poco su cotización: 444 dólares.
La mayoría va de un lado a otro con sus notebooks abiertas o con sus blackberrys tipeando mientras caminan porque una de las premisas del universo Google es estar online. Siempre. “A veces es necesario salir para darse cuenta de que existe otro Universo, algo más fuera de esto”, me dice uno de los empleados.
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