Fueron miles. No se sabe cuántos, algunos hablan de diez mil. Otros de cincuenta. Hay quien dice que más. Ningún número es exacto cuando se habla de los chinos. Lo seguro es que fueron algunos miles los estudiantes asesinados en la plaza Tiananmen (la más grande del mundo, el centro neurálgico de Beijing) por protestar durante semanas contra la resaca del capitalismo. En suma, contra todo lo que venían aguantando desde la apertura iniciada en 1978: corrupción, miseria, la falta de libertad y el reparto desigual de la riqueza.
Miles de chinitos adolescentes y jóvenes acamparon día y noche para hacer algo extraordinario que hasta ese momento no pasaba ni volvió a pasar nunca más: quejarse juntos. A pesar de la censura en los medios y en un aépoca donde no existían las redes sociales, cada vez más gente mayor y grupos de campesinos del interior del país se enteraba y se iban sumando a esos jóvenes locos que desafiaban a las autoridades.
Las imágenes de la plaza plagada de jóvenes desafiantes empezó a circular en el resto del mundo gracias a los corresponsales extranjeros. Fue suficiente, demasiado. Los que mandaban en el Partido Comunista Chino (PCC) se cansaron y pusieron en práctica la A del buen manual militar: reprimir. Dictaron la ley marcial y el 4 de junio entraron a la plaza con la infantería y tanques que no pidieron permiso para disparar. La dictadura china nunca informó cifras oficiales, pero se estima que hubo entre 800 y 2.500 muertos y más de 7 mil heridos. Ningún número es exacto cuando se habla de los chinos.
Todo eso pasó en 1989, hace exactamente 25 años.
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