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8 August 2012

La vida de un Astor

Astor Piazzolla tenía 14 años cuando en 1935 sus padres le prohibieron viajar junto a Carlos Gardel y su troupe hacia Colombia. El jóven Astor vivía en New York junto a su familia y había conocido al Zorzal mientras filmaba la película “El día que me quieras”. Astor hizo un pequeño papel en la película y sorprendió a Gardel con su talento musical. Se convirtió en una especie de secretario privado, guía turístico y traductor del ídolo popular argentino durante sus días en Manhattan. En una escala de aquel viaje, Gardel y el resto de los pasajeros murieron tras un choque de aviones en el aeropuerto de Medellín.
La historia, el destino, la casualidad, la suerte, el azar, vaya uno a saber, quiso que Piazzolla no viajara y se salvara para, años después, convertirse en uno de los músicos y compositores más importante del mundo.

Nonino, el padre de Astor, le había tallado una figura de madera a Gardel, que Piazzolla hijo se la entregó antes del fatídico viaje. Misteriosamente, esa figura sobrevive al accidente y aparece, muchos años después y chamuscado por el fuego, en una tienda de venta de cosas usadas en Manhattan. El negocio quedaba a apenas dos cuadras de la casa de la infancia de Astor, donde Nonino lo talló con paciencia. Tenía un cartelito que decía: “objeto perteneciente a un popular cantante argentino” y se vendía a diez dólares. Un amigo de Piazzolla lo vio y se quedó petrificado. Al otro día lo fue a comprar para regalárselo a Astor y ya no estaba.

La enorme y excelente biografía “Astor Piazzolla, su vida y su música” (El Ateneo) de María Susana Azzi y Simon Collier cuenta a un ritmo vertiginoso esa y otras cientos de anécdotas del compositor de “Adios Nonino”. Su infancia durante los difíciles años 30 en New York, su regreso a Mar del Plata, sus primeros pasos como arreglador con el bandoneon. Ya en Buenos Aires integrando el “banco de suplentes” de la gran orquesta de Anibal Troilo, su gran maestro e ídolo. Y relata con minuciosidad, como Piazzolla, influenciado por la música clásica y el jazz, empieza a torcer el rumbo del Tango local renovándolo y, luego, cambiándolo para siempre. Piazzolla es un osado y un provocador. Disfruta de ese rol, se inventa a sí mismo y pincha a los “dinosaurios” amantes del Tango de los años 20 y 30. Le mete a su música instrumentos propios de otros géneros y muchos no lo entienden. “Eso no es tango”, lo sacudían. El se enojaba, pero disfrutaba. Usaba a los medios para provocar. Atilio Stampone dijo que no entendía sus composiciones y Astor empezó a llamarlo “Espantone”.
La industria del tango le pedía canciones para bailar y él les daba música para escuchar. Para él, había que refinar y renovar el panorama de un tango estancado.
La increíble y larguísima polémica entre Piazzolistas y no Piazzolistas tuvo de todo: trompadas, declaraciones en los medios, repudios, quejas, desplantes y hasta venganzas. Resulta insólito que durante décadas (50, 60 y parte de los ´70), los argentinos hayamos perdido tanto tiempo debtiendo inutilmente sobre Piazzolla, mientras en el resto del mundo (desde Brasil hasta Japón) era aplaudido de pie y con emoción en cada lugar donde se presentaba con sus formaciones. La prensa tuvo un rol muy importante en aquella absurda polémica, tirando nafta al fuego muchas veces sin necesidad. ¿Pero qué sería de nosotros sin las discusiones estériles?

El libro también se mete en la vida privada del genio musical, la fluctuante (pero siempre sincera) relación con sus hijos Diana y Daniel, sus romances, tormentos, problemas de salud, su energía inagotable y su gran sentido del humor que lo acompañó siempre, en sus mejores y peores momentos. Astor de gira permanente, de avión en avión, cansado que lo destraten en un país lejano, habían perdido algunas valijas e instrumentos, sin hotel y con sueño, es recibido por el agregado cultural argentino en aquel país, mucho más cholulo que expeditivo para resolver. Este le pregunta si necesitaba algo y Piazzolla lo corta: “Sí, un agregado cultural”.

Los últimos años de Piazzolla son frenéticos. Literalmente, no para de tocar. Salta de país en país. Europa, Asia, Norteamérica, Brasil, Argentina. Va y viene con sus camisas negras y meses de 20 shows. Las entradas se agotan dos semanas antes. Revienta teatros. Astor es una máquina con el bandoneon. El mundo, por fin, rendido a sus pies. Tarde pero seguro, la fama y el dinero se juntaron para él. Sin embargo, a Piazzolla no le interesa nada de eso. Solo quiere tocar y componer. Desde Miles Davis hasta Vinicius, los mejores músicos y directores del mundo lo buscan para trabajar. Agotado, decide no frenar. No disfruta nada tanto como estar con el bandoneon entre las manos. Salvo cuando pesca tiburones mar adentro en Punta del Este, su último refugio con Laura, su mujer.
En medio de una gira por Francia, en 1990 Piazzolla sufre un derrame cerebral que lo dejará postrado dos años, sin hablar y sin tocar. Muere en julio de 1992.

A 20 años de aquellos días, este libro resulta imprescindible para arrimarse a una de las figuras claves de nuestro país.

Algunos temas claves de su obra:

Adios Nonino
Balada para un loco
Mumuki
Verano porteño
Milonga del angel
Contra bajíssmo
Lunfardo
Libertango
Buenos Aires hora zero
Fuga y misterio
La camorra
Milonga is coming
Triunfal

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