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3 March 2008

Palo Alto

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Erkis nació hace 44 años en la Habana y a los 13 se escapó a Miami, después de vivir unos días junto a 10 mil cubanos que se refugiaron en la embajada de Perú, donde los soldados de Fidel no podían entrar. Llegó sin nada a los Estados Unidos, se casó jóven y a los 22 tuvo su primer hija. Después vendrían tres más. Hace siete años que instala alarmas para la compañía de seguridad ADT y ahora pidió que lo trasladen a San Francisco porque, dice, le van a pagar tres veces más de sueldo y además, está un poco cansado de Miami. Quiere cambiar de aire. “Primero voy yo, tu sabes. Y si todo sale bien, en un mes traigo al resto de mi familia”, me cuenta mientras tomamos una coca a 10 mil metros de altura. Erkis me muestra fotos, radiografías (tiene una chapa de metal adentro de su brazo derecho y la trajo por si suena el detector de metales del aeropuerto) y dice que cuando se vaya Fidel, le gustaría volver a Cuba. “Fidel ya se fue”, le contesto. Y se ríe, triste. “No, hermanito, sigue todo igual. O peor”.

Del aeropuerto de San Francisco a Palo Alto hay unos veinte minutos de autopista. Es temprano acá, pero en Buenos Aires son las dos de la tarde del domingo. No hace ni mucho frío ni mucho calor y el sol juguetea con las montañas que rodean este aburrimiento. Las calles son una maqueta de inmobiliaria. Ni basura ni manchas ni gente ni perros ni olores ni pozos. Todo es pulcro, ordenado y perfecto. La ciudad se llama así en honor a un árbol alto, pero no creo que ese dato le interese a alguno de las 60 mil personas que viven acá. No hay casi nadie en ninguna calle y parece que es siempre así: En casi todas las esquinas hay un botón para que el semáforo se ponga rojo y poder cruzar. El peatón es casi una molestia para los autos limpios, nuevos y automáticos.

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Paradojicamente, una de las avenidas principales, donde se enfilan restaurantes chinos, mexicanos e hindúes, se llama Castro. Entonces me acuerdo de Fidel. Y de Erkis, que ya debe estar acostado en el cuarto de su hotel de San Francisco pensando a dónde rajar esta vez.

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