Soy periodista porque existió Radio Belgrano. Mi papá, Rubén Zanoni, fue el gerente general durante los dos primeros años democráticos de la radio, es decir, de 1984 a 1986. Ese período coincidió con el mejor momento de la radio, que tuvo grandes programas y periodistas. Aquella radio fue una revolución total en los medios locales y, aseguran, junto con la primera época de Rock&Pop también a mediados de los ´80 (con Pergolini, Bobby Flores y Lalo Mir), Belgrano fue además la última revolución radial a nivel calidad periodística, innovación en los contenidos, renovación en la artística, cantidad de audiencia, etc. No exagero al decir que aquellos años del 84 al 87 u 88, esa radio AM estatal del gobierno radical marcó a fuego la historia de los medios locales. Y la mía también.
Por los pasillos de los estudios de la calle Uruguay estuve cien veces entre mis 8 y 11 años. Me acuerdo de mil cosas. De los programas Sin Anestesia, Mañana Tarde y Noche y Sueños de Sueños de una noche de Belgrano. Miraba desde abajo a nombres muy importantes de la radio, los medios y la cultura como Diego Bonadeo, Daniel Divinsky (el director de la radio, fundador de Ediciones de La Flor), Eduardo Aliverti, Marta Merkin, Enrique Vazquez, Martín Caparrós y Dorio, Palacios y Horvat, Ezequiel Fernández Moores, Alejandro Fabbri, Chani Inchausti y un largo etcétera que incluye a un Mario Pergolini (que no recuerdo porque entró como cadete pero que años después cuando trabajé con él pude contarle). Me acuerdo de la cantidad de discos, la música latinoamericana (la cortina de Inti Illimani!), la confitería Bambi enfrente, de la bomba que puso un grupo comando para volar la planta en Luján e impedir que la radio transmitiera, aquel día ver mi viejo en la tapa de los diarios y en los noticieros…
El sábado fui a la Feria del Libro a la presentación de “Radio Belgrano (1983-1989)” (Colihue) que escribió Carlos Ulanovksy. Un libro que hacía falta y que, después de muchos años, llegó para hacer justicia con la historia de la radio local pero también con muchas personas, entre ellos, mi viejo. Porque es un libro que pone las cosas en su lugar, ordena y acomoda los hechos y los nombres de aquellos días donde se convivía al mismo tiempo con mucho miedo a la vuelta de la dictadura y con la alegría y la libertad que aportaba la democracia. Radio Belgrano fue tal vez el mayor emblema mediático de aquella primavera. Fue un faro, un punto de encuentro en el aire de miles de personas que durante años estuvieron silenciadas, secuestradas o exiliadas. Fue, como dice alguien en el libro, un viento de aire fresco entre tanta muerte y dolor. Fue muchas más cosas, que Ulanovsky y sus entrevistados (entre ellos mi viejo), cuentan mucho mejor que yo. Y además trae un CD con audios históricos de varios programas de la época.
Pero el libro, mucho tiempo después de aquellos años, llegó para darnos algo que nos dan casi todas las cosas que publica Ulanovsky ultimamente: esperanza. Esperanza de que todavía se puede hacer algo digno en los medios, que interese, de calidad y exitoso. Que a la vez entretenga, informe y eduque. Que deje algo en alguien. Que sirva como servicio. Esperanza de que, a pesar de todo, vale la pena intentarlo una vez más y en el formato que sea. Estoy convencido de que es así. Y vale la pena, no para ganar mucha plata o hacernos famosos, sino para quedar impresos en los libros de la historia grande de los medios, tal como quedó aquella radio. Y también, de paso, intentarlo para que hoy, de rebote y casi por azar, algún pibe de 8 años se maraville con algo y lo convierta en su pasión absoluta. Y no la suelte nunca más.
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