El encare es un arte. También puede ser un oficio y hasta una profesión. Por eso hay excelentes y pésimos encaradores. Están los profesionales, aquellos que no dejan pasar ni el más mínimo detalle: ropa, flores, perfume, chicles y cualquier elemento que contribuya a controlar el azar.
Están los chamuyeros, los que van al frente sin que nada importe, frente a quién sea y en cualquier lugar. Esos ganan porque no les importa la verguenza del rebote. Uno de estos puede ser el motoquero o el cadete, acostumbrados a moverse en la calle como un pez en el agua. Son los dueños del piropo callejero, los que distinguen unos pechos torneados en medio de 300 personas caminando en Florida y Corrientes. Muchos porteros también entran en este mote.
El piropeador corre con prejuicio. Todas dicen “no me gusta lo obvio” pero se derriten frente a un “que lindos ojos tenés, hermosa” y terminan abotonadas con la excusa de “me gustó su actitud”. No importa si los ojos son negros, verdes o como Droopy. La mentira se anula cuando ambos juegan a creérsela.
El langa las trata bien, como reinas. Se preocupa por que siempre se enteren de que tuvo antes muchas mujeres. Les hace regalos, es caballero, romántico, atento, sabe donde llevarlas a comer y tomar algo. Conoce la noche como nadie, a mucha gente, toma champagne y saluda a todo el mundo. Por supuesto, de pilcha impecable y buen auto. Vive para la joda y la conquista. Conquista desde otro lado. No necesita tanto el chamuyo. Palo y a la bolsa. Se trata de sumar.
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