por Victoria Bembibre

Hay varias formas de ver Appaloosa (sí, el título original es así de simple, el nombre de un pueblo y no el absurdo Entre la vida y la muerte que podría ser el nombre de una película sobre un anestesista o un corredor de Bolsa), el western dirigido por Ed Harris y protagonizado por él, Viggo Mortensen y Renée Zellweger.
1. Una forma es verlo como un western, y ahí pareciera fracasar, porque si bien empieza bastante encaminado, dos tipos que llegan a un pueblo y que tienen que enfrentarse a una banda de criminales que están causando estragos, este argumento se diluye porque a) los conflictos nunca son intensos ni de larga duración, todo les sale bastante fácil; b) ingresa nuestra amiga Renée (impasable como siempre) y redirige la trama; c) se encuentran algunos elementos desconectados, que parece que quieren decir algo pero nunca llegan a ningún puerto. Como western Appaloosa es un poco aficionado, y si bien eso no molesta, tampoco emociona.
2. Otra es como una comedia romántica, porque desde que aparece el personaje de Renée, una viuda un poco rápida, las cosas cambian, los personajes pierden peso, surgen nuevos conflictos y situaciones más o menos graciosas que parecen más propias de una sitcom de Warner; y digamos que bastante de lo que ocurre después va a tener que ver con ella y con los avatares de una pareja como cualquier otra. O casi.
3. La tercera forma de acercarse a Appaloosa es porque está Viggo y Viggo siempre cumple, medio a lo argentino, hace la suya, actúa entre mal y bien, entre duro y cómodo, y salva casi cualquier cinta. ¿Por qué? Porque le agrega una cuota de extrañamiento a este cine que nos hace confirmar que, si bien puede ser aficionado en algunos aspectos, al menos propone un western ligeramente distinto, un western con problemas maritales, con Jeremy Irons haciendo de malo (¡!), y con un par de escenas memorables como el duelo en el pueblo mexicano.
En fin, sabemos que no va a ser ni la película ni el western del año, y a pesar de que por momentos parece pretenderlo con cierta grandilocuencia, lo cierto es que bien la podemos ir a ver como otra de las andanzas chiquitas pero simpáticas del argentinísimo Viggo.
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