En un artículo en La Nación espectáculos, el editor de esa sección, Pablo Sirvén, escribió sobre la música digital. Y demostró que en ese tema, toca de oído.
Al principio arremete contra “los jóvenes” (“los chicos de hoy que incluyen hasta grandotes de 30 y más también”) diciendo que tienen una actitud más desaprensiva hacia los soportes y contenidos musicales. Que “aprecian más la acumulación por la acumulación misma”. Dice que no alcanzaría la vida para escuchar todo lo que se acumula, etc. “Degluten sin masticar”. Es discutible lo de la acumulación de temas. Pero, ¿cómo sabe Sirvén los comportamientos de los miles y millones de personas que consumen música digital en todo el mundo? Desde qué estudio, información y/o experiencia se para para sostener lo que dice? Pero el arítulo sigue.
Habla de sus hijas adolescentes y se muestra sorprendido “que no se le derritan los tímpanos por el sonido francamente desagradable, latoso y estridente que ulula desde la computadora de su cuarto”. Me permito un par de consejos: eso se soluciona comprando buenos parlantes ($150 aprox.) cuya calidad supera infinitamente a los de la epoca del Winco que Sirven añora.
Después el autor arremete contra su segunda hija: “me asombra su meticulosa búsqueda de estrafalarios aparatitos de aún más extravagantes nombres y siglas -Ipod, MP3, etc”. Eso se soluciona leyendo sobre el tema, capacitándose. Dos tareas obligatorias y fundamentales para un editor de espectáculos de uno de los dos diarios más importantes de la Argentina (uno de los países americanos más avanzados en cibercultura e Internet, después de USA, México y Brasil). Hace poco, esa “sigla extravagante” que Sirven menciona cumplió sus primeros 10 años. Tiempo para informarse hubo, y de sobra. Y la otra sigla “extravagante”, el iPod, ya está considerado el ícono cultural del nuevo siglo y el símbolo de la era tech actual.
Sirvén no olvida a su hija menor, que a los 12 años, “me deprime, en contraste con mi irreversible ignorancia, como reconoce con absoluta presición quién canta cuando un tema suena en cualquier radio” (?).
Pero el tema más importante de todo el artículo aparece recién al final (al revés de lo que enseñaron siempre en periodismo): la descarga de música digital.
Sirven dice “la imparable versatilidad y portabilidad de equipos para escuchar música y el crecimiento geométrico de la oferta de temas a disposición están hiriendo de muerte la posibilidad de disfrutar de un autor y/o cantante en una dimensión más relajada que un par de temas oídos a tontas y a locas”. ¿De qué habla Sirven? ¿A quién le habla? ¿A quién ataca y a quién defiende? Mezclar el dentífrico con una pelota de fútbol no parece buena idea para abordar un tema complejo que, sin dudas, requiere de mucha información previa. Sirvén tira a la mesa datos de CAPIF: en 2004 la piratería alcanzó a 1200 miloones de discos, el doble que en 2000. Pero no menciona nada sobre el crecimiento en esos años de los abonados a banda ancha, de la capacidad de almacenamiento en discos rígidos, del natural aumento en la experiencia de los usuarios, de la tecnología cada día más barata y varios otros elementos fundamentales a la hora de evaluar razones. Tampoco hace mención a ningún movimiento en contra de los derechos de autor que rigen en la actualidad (como Copyfight) ni habla de lo ineficaz que resultaron en el primer mundo los intentos de luchar contra la persona que baja música. Tampoco aporta soluciones ni ideas para reducir la piratería. Como la Argentina, como CAPIF y Salcedo, Sirvén atrasa varios años. Y no sólo eso, sino que intenta con remanidos trucos de nostalgia inconsitente, apelar a aquella idea absurda de que todo tiempo pasado fue mejor. “Se acuerdan de los álbumes dobles? Es cierto, todavía quedan algunos, pero ahora la onda es descargar de sitios de Internet no autorizados temas sueltos”, escribe Sirven en su artículo para jubilados y pensionados.
Pero lo peor llega al final: “Clandestinidad, piratería musical: acaso otro síntoma brutal de la crisis, de la pobreza amplificada que nos legaron la política y la economía de los 90?”
Por último, respondo a la pregunta de Sirvén: No, no éramos más felices con el modesto Winco. Si éramos más felices, tal vez se deba a muchas otras razones que esas y que tienen que ver con cosas como la esperanza o un proyecto de país, un trabajo y sueldo digno y mil cosas más que hoy, en el día de mi cumpleaños, no tengo ganas de analizar.
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