A propósito de la Feria del Libro, sigue el debate (¿eterno?) sobre el fin de los libros. El periodista Marcelo Moreno, de Clarín, escribe a favor del texto escrito en papel y enumera sus múltiples ventajas: “El libro, como la escalera, también parece un objeto terminado y su eficacia, indiscutible. Manuable, transportable, maniobrable, también es querible”.
Pero están también aquellos que dicen que estamos caminando sobre los tiempos finales del libro, que ya lleva miles de años impoluto y firme. En el Suplemento cultural Ñ, de Clarín, ayer salió un artículo de Graciela Montes titulado: “¿Cómo será el libro dentro de 100 años?”. En un recuadro, la periodista Valeria Román entrevistó a Walter Bender (“Los e-books no muerden”),uno de los pioneros en las publicaciones electrónicas y director del Laboratorio de Medios, del Instituto de Tecnología de Massachussetts (MIT). Bender dicen, entre otras cosas:
“Ya hay un e-book que permite leer 10.000 páginas sin cambiarle las pilas; se lo puede usar al aire libre e incluso llevarlo a la cama.”
“Los libros de papel van a convivir con ellos como con otras tecnologías. Las ediciones serán más pequeñas pero veremos más diversidad de títulos”.
¿Qué opinás?
¿Qué opino? Que a las palabras se las puede llevar el viento. Que la falta de baterías en un e-book puede suspenderte un final atrapante. Que tu proveedor de internet puede interrumpir tu lectura a cada rato.
Que quedaría afuera la gente que no tiene la posibilidad de acceder a los recursos mencionados. Y que aún poniendo la excusa de que no es el target, y aún yéndonos muy lejos, al extremo del analfabetismo, siempre va a haber alguien que pueda abrir un libro, y leerlo en voz alta.
Pienso, que en más o menos 100 años el e-book será algo así como rey y señor.
De todas formas, el placer de leer un buen libro, tomar un buen café y fumar un buen cigarrillol (por decirlo de alguna forma) nunca será suplantado.
Leí la columna de Moreno. Y debo decir que a pesar de él, de la feria del libro y de todo lo demás, seguramente nos acercamos hacia el final de la “era del libro” tal como lo conocemos. No el fin de la literatura, el fin del apogeo del libro como soporte.
Es absurdo pensar que si existiera un display idóneo para la lectura (e-ink o lo que fuera ) y storage suficiente, seguiríamos leyendo libros de papel ¿cuánto tiempo pasará para que exista ese display? 5 años? 10? 15?
Marcelo Moreno, probablemente siempre preferirá los libros de papel. Tal vez yo haga lo mismo y hasta puede que pase eso por un par de generaciones. Después ya no.
Razones:
Veamos esto, la versión electrónica en TXT de El Quijote pesa 1 Mb. Quiere decir que un iPod de hoy puede almacenar 40.000 ejemplares de ese título ¿vamos a seguir imprimiendo libros? ¿para qué? Si se leyeran tan bien, o casi tan bien como un libro de papel ¿lo imprimiríamos?
Google digitaliza parte de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos y será de acceso gratuito, seguramente pronto lo harán bibliotecas en Español. Francia anunció un proyecto europeo de digitalización de bibliotecas, la BBC pone online gratis su archivo…El conocimiento se expande y reduce sus barreras de acceso y los libros de papel no son buenos para esto.
Volviendo a la columna de Clarín, Moreno se olvida o desconoce que el libro también es una tecnología que maduró hace muy poco tiempo.
Hasta el siglo XIX con la invención del papel de fibra, la edición de libros era un producto de elite. Hoy los libros son una tecnología tan, pero tan difundida que muchos creen que es un fruto, o un objeto de la naturaleza.
Sres: El libro también es una tecnología y como tal se desarrolla hasta volverse obsoleta.
La desaparición del libro implica la creación de nuevas interfaces de lectura, nuevos lectores y luego, probablemente una nueva literatura, un tipo de relato que sólo se podrá leer sobre soportes electrónicos.
Diarios de papel, revistas, libros, documentos de todo tipo que hoy se encuentran en papel, lentamente, progresivamente, desaparecerán como soporte.
Dentro de 100 años a la gente común les costará creer que leíamos esos objetos que se pudren en sus casas, amarillos, como las postales y las fotos de sus antepasados.
Eso somos, los antepasados de una civilización desconocida.